¿Por qué hay menos mujeres en altos cargos en las empresas?



La escasa presencia de mujeres en puestos de alta dirección es un fenómeno complejo con múltiples causas. Aunque a menudo se atribuye a factores externos como la discriminación o la falta de oportunidades, también existen razones estructurales y personales que influyen en la toma de decisiones de las mujeres respecto a su carrera profesional.

Factores culturales y sociales

Históricamente, los roles de género han influido en la manera en que hombres y mujeres se desenvuelven en el ámbito laboral. Desde la infancia, muchas niñas son educadas con la idea de que deben ser cuidadoras, mientras que a los niños se les impulsa a ser competitivos y ambiciosos. Esta construcción social afecta las expectativas y aspiraciones profesionales de ambos géneros.

Además, las redes de contacto y mentoría en el mundo corporativo han sido tradicionalmente dominadas por hombres, lo que dificulta el acceso de las mujeres a oportunidades de liderazgo. A esto se suma el conocido "techo de cristal", una barrera invisible que impide a las mujeres ascender a los niveles más altos a pesar de contar con las capacidades y experiencia necesarias.

La maternidad y el equilibrio entre vida personal y profesional

Uno de los argumentos que más se menciona en la discusión sobre la baja presencia de mujeres en altos cargos es la maternidad. Muchas mujeres, al convertirse en madres, optan por reducir su jornada laboral o rechazan promociones que impliquen más responsabilidades para poder dedicar más tiempo a sus hijos.

Este aspecto no es una cuestión de falta de ambición, sino de prioridades cambiantes. Según estudios, una gran proporción de mujeres considera que la conciliación entre la vida laboral y familiar es un factor determinante en sus decisiones profesionales. En un entorno corporativo que exige largas jornadas y disponibilidad constante, muchas mujeres prefieren optar por roles menos exigentes en términos de tiempo.

Sin embargo, también es importante destacar que esta situación no es exclusivamente una decisión personal, sino también el resultado de un sistema que aún no está diseñado para facilitar la conciliación. En países donde se implementan políticas más equitativas, como permisos parentales igualitarios o mayor flexibilidad laboral, la brecha de género en la alta dirección tiende a reducirse.

Estereotipos de liderazgo y percepción de competencia

Otro factor que influye es la percepción de cómo debe ser un líder. En muchas organizaciones, el liderazgo aún se asocia con características tradicionalmente masculinas, como la agresividad, la competitividad y la toma de decisiones rápidas. Las mujeres, en cambio, suelen ser percibidas como más empáticas y colaborativas, cualidades que, aunque valiosas, a veces no se consideran prioritarias en la selección de altos directivos.

Esta percepción también afecta la autoconfianza de las mujeres. Estudios han demostrado que las mujeres tienden a subestimar sus habilidades y no postulan a ciertos puestos a menos que cumplan con todos los requisitos, mientras que los hombres suelen postularse aun sin cumplir con todos los criterios. Esta diferencia en la autopercepción influye en la cantidad de mujeres que aspiran a posiciones de liderazgo.

La necesidad de un cambio estructural

Para aumentar la representación femenina en puestos de alta dirección, es necesario un cambio estructural en las organizaciones. Esto implica no solo garantizar igualdad de oportunidades, sino también fomentar una cultura empresarial que valore distintos estilos de liderazgo, ofrezca mayor flexibilidad laboral y promueva la corresponsabilidad en el hogar y la crianza de los hijos.

El impulso de políticas de diversidad e inclusión, programas de mentoría y desarrollo de talento femenino, y la implementación de medidas que permitan la conciliación son claves para cambiar esta situación.

¿Una tendencia natural o cultural?

Si bien es cierto que muchas mujeres eligen no aspirar a puestos de alta dirección debido a sus prioridades personales, también es innegable que existen barreras estructurales y culturales que limitan sus oportunidades. No se trata solo de decisiones individuales, sino de un sistema que aún no está plenamente adaptado a una verdadera equidad de género en el ámbito laboral.

Para lograr un cambio real, es necesario replantear la cultura empresarial y promover medidas que permitan que tanto hombres como mujeres puedan desarrollar sus carreras sin verse obligados a elegir entre el éxito profesional y la vida familiar.

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