¡NO ERES IMPRESCINDIBLE! ¡Solo eres un hamster más en la rueda del sistema!


Sales del trabajo muerto, despedido, jubilado o con otra oferta. Y a las dos semanas, nadie se acuerda de ti.

No es una exageración, es la triste realidad de la mayoría de los empleos. No. Perdón. De todos los empleos. Te esfuerzas, te estresas, te desvelas por sacar adelante proyectos, por cerrar plazos imposibles, por demostrar que vales... y en el momento en que te vas, todo sigue igual.

Como si nunca hubieras estado.

He insisto, te puedes ir por una mejor oferta o porque te jubilas o porque te despiden... o porque mueres y desapareces. Es la realidad. Esa que duele tanto mirar de frente.

La rueda no se detiene, la maquinaria sigue en marcha. "Tu" mesa, "tu" silla, "tu" teclado, "tus" tareas... Todo eso que parecía tuyo pasa a manos de otro sin pestañear. Y lo más irónico es que, si preguntas meses después, pocos recordarán exactamente qué hacías. No pocas veces si preguntas un par de semanas después ni siquiera recuerdan tu nombre o cómo eras exactamente, si tenías bigote o no, si cojeabas o no, si tenías un tono de voz agudo o grave. Tu paso por esa empresa se convertirá en un cero en su memoria. Como mucho, un "ah, sí, el que siempre traía café solo y renegaba de los lunes". Poco más.

Esta idea no es nueva.



La encuentras en ese vídeo aleatorio de TikTok que viste hace días (como me ha pasado a mí, quién te escribe), en hilos de Twitter con miles de likes, en artículos de blogs que ya nadie lee -como cierto blog personal al que Google le tiene manía-, o en una cita atribuida a Norman Vincent Peale: "La vida es demasiado corta para estar en guerra contigo mismo". Incluso en la famosa frase de Charles de Gaulle: "Los cementerios están llenos de personas imprescindibles".

La historia se repite porque la lección sigue sin calar.

Y, sin embargo, seguimos dándole al trabajo un protagonismo desmedido en nuestras vidas. Nos preocupamos más por una reunión que por un abrazo, más por un deadline que por una cena con amigos.

Más por responder un email de última hora que por mirar el atardecer.

Pero aquí va el giro de guion: esto no es una invitación a la apatía, al pasotismo o a la mediocridad. No se trata de dejar de trabajar o de hacer las cosas mal.

Se trata de aprender a poner las prioridades en su sitio.

Porque cuando ya no estés en ese trabajo, lo único que quedará de ti no será la pila de informes que sacaste adelante, sino las personas a las que ayudaste, las risas en la pausa del café, los momentos en los que fuiste más que un engranaje.

Así que la próxima vez que sientas que el trabajo lo es todo, recuerda que no lo es. Y que lo que realmente importa nunca va a ser "tu" mesa, "tu" teclado o "tus" tareas, sino las historias que construyes fuera de ellas.

Punto pelota.

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