Me contaba hace muy poco un trabajador de la Empresa X que su jefe era intratable y que recurría fácilmente al grito para rechazar cualquier propuesta que no fuera de su gusto.
Otra trabajadora, de la Empresa Pública Y, me hablaba de su experiencias, años atrás, de un jefe que no sólo gritaba y se enfurecía, tratando a sus subalternos como aquel viejo maestro de la época franquista que tan estereotipado tenemos los que rondamos la cuarentena o la superamos. Me decía que no sólo gritaba, principalmente a las trabajadoras, más que a ellos, sino que daba coscorrones. ¡Te lo puedes imaginar! Y no hablo de una experiencia sucedida hace 30 años, sino apenas 10. Aún ese "jefe" anda por ahí, en algún puesto público.
¡Coscorrones! Es que no alcanzo a imaginarme la situación. Sin embargo me decía que con ella y a un pequeño grupo de trabajadoras y trabajadores, tenía otro trato, más respeto, una relación de tú a tú. ¿Cuál era la diferencia? La actitud, la seguridad personal.
A mi primer ejemplo le comentaba que ante jefes así hay que tener claro y estar dispuesto a anteponer la dignidad personal a la necesidad de un contrato laboral. Creo que algunos no lo entenderán e incluso reaccionarán con posiciones opuestas porque entienden (yo también) que muchas personas están sometidas a la obligación de tener que cobrar un sueldo, sí o sí, a final de mes. Y que esa necesidad les empuja a soportar todo tipo de vejaciones.
La cuestión de la actitud
Cuando leas esto deberías de tener en cuenta que se trata de una opinión, un punto de vista, una conclusión personal y en absoluto es una receta absoluta aplicable a cualquiera en cualquier situación. Yo confío plenamente en su funcionamiento pero depende también del interlocutor que tengamos enfrente y de la raíz o motivación de su actitud que, perfectamente, podría ser pasto de psiquiatra.
En definitiva entiendo, desde mi perspectiva personal, que la actitud, la pose, la seguridad que mostramos en nosotros mismos, actuar con objetividad, tener claro por qué y para qué acudimos a esa empresa a realizar un trabajo (necesidad de un ingreso económico, llámese salario; desarrollo profesional, llámese currículum; etc.) son las bases que tienden un puente o marcan una separación entre lo aceptable y lo que empieza siendo una falta de respeto para poder acabar por convertirse en una agresión encuadrada dentro del acoso laboral, lo que es un delito.
Nosotros, trabajadores, somos, o deberíamos de comportarnos, como pequeños empresarios de nuestros músculos y nuestros cerebros. Somos nuestros propios vendedores, comerciamos con nuestro intelecto y con nuestro esfuerzo físico. Nuestro tiempo y ese esfuerzo tienen un precio, que debería de poner el dueño de ese cuerpo, tú mismo. Un trabajo es un intercambio, un esfuerzo a cambio de una remuneración. No lo olvides. ¡Los tiempos de Kunta Kinte ya hace siglos que pasaron! (O deberían de haber pasado.)
Las recomendaciones
Como decía, yo, sobre este asunto, puedo tener opiniones, pero en la red hay quien sabe de este asunto, de verdad, y a quien recomiendo que leas si estás en la situación, empezando por un curioso estudio que afirma que gritar al jefe (situación inversa) es bueno para la salud (¡!) -yo no lo aseguraría, la verdad, creo que es una demostración de haber llegado a extremos que necesitaban de intervención y solución previa-.
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