Vivir para trabajar o trabajar para vivir, sin duda alguna un tópico del que aún se discute según dónde y con quién. Sin embargo, en la intimidad son pocos los que continúan priorizando el trabajo sobre otros aspectos de su vida como la familia, los intereses vocacionales, los amigos y ese largo etcétera que de verdad nos llena como seres humanos.
En ocasiones olvidamos que el concepto de un trabajador no existe. Existen personas que trabajan a cambio de un salario, de unos periodos de descanso remunerados y otras prebendas previamente pactadas. Y durante el tiempo que ejercen esas funciones los etiquetamos como trabajadores. Una perogrullada, lo admito, pero de esas cosas tan aparentemente obvias que se olvidan y contra las que actuamos, pese a lo que dicta el sentido común.
La crisis ha traído a nuestras empresas un fantasma digno de décadas pasadas (o quizás no se llegó a marchar nunca): la sobrecarga de trabajo. Esa mala costumbre de ejercer una actividad sometidos a una presión excesiva que nos empuja a realizar lo que, en condiciones normales, harían 2 ó 3 trabajadores. Y no resulta fácil combatir esta mala costumbre porque la reducción de plantillas no se debe, en muchas ocasiones, a la reducción de actividad sino a la reducción de costes.
No se trata aquí de estar en contra de, ocasionalmente, frente a situaciones anormales, realizar unas horas extras que, eso sí, deberán estar debidamente compensadas, en tiempo de descanso o económicamente, según el convenio que rija nuestro contrato. Pero hay una gran diferencia entre esta situación y otra donde lo extraordinario se convierte en lo habitual. Más cuando encima las compensaciones brillan por su ausencia.
Contra estas situaciones sólo se puede luchar poniendo sobre la mesa y negociando la situación con la empresa, de manera objetiva. Presuponemos el caso de una empresa seria, con una política de recursos humanos... humana... constructiva basada en obtener el máximo de productividad a través de la satisfacción mutua empresa-trabajador. En caso contrario, en aquellas aún ancladas en viejas ideas y métodos, si se produce una situación de explotación laboral, habría que acudir a la vía legal. Aquí entran en juego las necesidades personales y los límites a los que estamos dispuestos a reducir nuestra dignidad.
Aquellos que llegan a la errónea conclusión de que reduciendo mano de obra, pero manteniendo el nivel de actividad, van a conseguir algo positivo a medio-largo plazo están abocados al fracaso en la gestión de sus recursos humanos y a la generación de conflictividad laboral, aumento del absentismo, de bajas por ansiedad o depresión y de una gran rotación del personal, lo que es tremendamente negativo para el buen funcionamiento de una organización. No olvidemos que la insatisfacción en el trabajo, promovida por un exceso de obligaciones y responsabilidades, están detrás del síndrome del quemado o burnout.
Si te parece exagerado el tema, una anécdota ilustrará su dimensión. En Japón se conoce por karôshi a la muerte por sobrecarga de trabajo. En realidad la causa del fallecimiento no es la sobrecarga en si misma sino sus consecuencias sobre la salud que van desde el infarto cerebral, la insuficiencia cardíaca o respiratoria hasta el suicidio; aceptándose que al año, en aquel lejano país, se producen unas 10.000 muertes por estas causas donde la presión laboral está detrás como detonante.
Si oriente te parece lejano quizás Francia se acerque más a tu cultura y a tu sensibilidad. En los últimos dos años han saltado a los titulares de prensa el caso de France Télécom, sin embargo hay suficientes sospechas como para pensar que el problema es mucho más amplio -ya se habla del caso de Renault Francia- al punto que en el país galo, la compañía de telecomunicaciones ya ha reconocido los primeros casos como accidente laboral. Esto supone admitir una relación directa entre la situación del trabajador y la causa emocional del suicidio.
Pero, dejemos los malos augurios y busquemos consejo y guía. Podemos empezar por la lectura de algunos artículos y guías de lo mucho que se puede encontrar en la red.
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