Y mi sueldo en el bingo


ángel cabrera -marketing digital

La verdad es que intento recopilar historias personales sobre empleo y desempleo para este blog, aunque cuesta que quienes las viven suelten prenda. La que hoy traigo es personal y me ha venido a la memoria en estos días.

Empecé a trabajar, allá por los últimos meses de 1989, en una empresa informática donde programaba en Clipper por las tardes mientras que por las mañanas formaba parte de un servicio de mantenimiento técnico que se daba a... un Ayuntamiento. No importa en qué empresa era porque hoy ya no existe. Era tan mala que hasta el edificio donde estaba su sede lo acabaron demoliendo por aluminosis.

Podría contar muchas anécdotas de aquella primera experiencia laboral. Como hacerme un primer contrato en prácticas, que en aquel entonces se pagaban como al 60% del salario mínimo interprofesional. Y me tuvieron así hasta que dije que me iba, casi un año después, entonces me ofrecieron ese salario mínimo, pero yo ya estaba hasta... las gónadas.

Una de las travesuras , ¡ay! ¡pilla, pilla!, que la dueña y gerente de aquella empresa nos hizo era pagarnos la mitad del sueldo el día 5 y la otra mitad el día 15 ó 20 del mes. Las excusas eran muchas, el Ayuntamiento no paga, tenemos el problema éste o aquel... pero quien entonces era mi jefe de equipo me confesaba que había llevado a esta señora al Casino Taoro, en el municipio de La Orotava, y que allí se había gastado el dinero de los salarios. Y eso no ocurrió una vez ni dos... fue relativamente habitual.

Esa sólo fue una de sus muchas virtudes. Ilustra perfectamente el nivel general del pequeño y mediano empresariado canario y, sospecho, que español. No es que intente encasillar a todo el colectivo bajo este tópico, pero que existen estos elementos (y elementas), no hay quien lo ponga en duda, y que es más habitual de lo que desearíamos, también es cierto.

Hay malos empresarios que esperan que el trabajador, trabaje. Y punto. Como el Don Cangrejo de la serie infantil americana Bob Esponja, que ilustra a un empresario miserable y avaricioso, propietario de una hamburguesería, que explota a unos felices trabajadores agradecidos por poder ir a trabajar. La miseria demostrada por algunos empresarios a este respecto, esperando y exigiendo del trabajador el máximo rendimiento pero, a cambio de poco o a ser posible nada, no habla muy en favor de este colectivo (o de "esa" parte mediocre, sin formación y sin objetivos ni expectativas, salvo la de agarra el dinero y corre).

Aprecio mi trabajo, sí. Pero un trabajo digno, donde soy una persona antes que un número, donde percibo un salario justo que me permite realizar la vida que deseo. Donde no me engañan en la nómina haciendo subterfugios que me perjudican y sobre los que callan porque beneficia a la empresa aún a costa de mi perjuicio. Quien piensa que hace un favor a un trabajador por permitirle asistir a su empresa, se equivoca.

El trabajo es un intercambio comercial y éste debe ser recíproco y satisfacer a ambas partes.

Todo lo que así no sea, es un abuso.

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