Dejo esta reflexión en el aire, no queriendo tener la razón y mucho menos afirmando o negando ninguna certeza concreta. Se trata más bien de un ejercicio de pensamiento en voz alta. Luego, cada cual, si está interesado en este tema, quizás debería sacar su propia conclusión.
Y lo digo como entradilla porque de lo que estoy escribiendo es de la falta de compromiso actual, en ambos sentidos, entre el trabajador y la empresa, instaurada esa deficiencia como un vicio social generalizado. Por el miedo a la crisis algunas empresas han iniciado expedientes de regulación de empleo, en muchos casos no legales sino encubiertos, más llevadas por la disminución de beneficios que por la entrada en pérdidas, no siendo una actitud exclusiva de las grandes corporaciones.
Es momento de que mientras nuestros parlamentarios y diputados andan a la gresca, perdidos en tonterías y memeces de todo tipo, obviando y esquivando el grave asunto del desempleo, ciudadanos a uno y otro lado de las definiciones de trabajador y empresario arrimen el hombro realizando un esfuerzo extra para, si no para hacer crecer, al menos sí para mantener el empleo actual.
Quizás ese esfuerzo lleve consigo echar unas horitas extras no remuneradas porque, al mismo tiempo, la empresa mantiene a todos sus trabajadores sacrificando una parte de los beneficios a repartir entre sus accionistas. Esto, en sí mismo no es una propuesta, es un ejemplo de actitud de apoyo mutuo en ambos sentidos.
Somos latinos, pícaros por naturaleza. La tradición dicta que el empleado tiende a rebajar su productividad con el tiempo y presionar para mejorar su beneficio personal mientras que el empresario empuja para rebajar esos mismos beneficios del empleado con tal de aumentar los dividendos a repartir entre los inversionistas. Esto ha sido siempre motivo de tópicos, chistes y no pocos juicios (en el juzgado).
Pero lo serio ahora es la situación global de la sociedad en su conjunto. Países con otra filosofía de vida, que no califico ni mejor ni peor, como Thailandia u Holanda, por citar dos ejemplos diametralmente opuestos, mantienen, pese a la situación actual mundial, tasas de desempleo por debajo del 2% y el 4% respectivamente. Y quizás la diferencia no estriba sólo en las políticas, ni se apoya exclusivamente en los sistemas de gobiernos sino que moja sus raíces en la propia cultura y tradición local.
La pregunta es si, al margen de explotaciones, abusos y casos puntuales absolutamente deplorables, este país será capaz de superar sus propios tópicos y añadir a su tradición y su cultura el concepto de arrimar el hombro. Quizás la crisis y el paro no constituyan un desastre natural, pero sí suponen un desastre humano, por lo que está muy justificada esta necesidad de funcionar en la vida, basada antes que en la codicia, en el yo te ayudo, tú me ayudas.
Es más, no importa lo bien que te vaya a ti, personalmente, que tengas la fortuna de haberte currado unas oposiciones, heredar un buen dispendio o ser un profesional reputado. Tu caso particular de éxito es indiferente y depende absolutamente de la situación del colectivo de los ciudadanos. Finalmente, sin compradores no habrá negocios a los que ofrecer una novedosa estrategia 2.0 para su estrategia de marketing.
En el empleo y la economía las dependencias, aunque reconocidas intelectualmente parece que se nos escapan a nivel de experiencia personal. Olvidamos u obviamos que, individualmente, somos un nodo dentro de una red de 45 millones de ciudadanos repartidos por toda esta piel de toro. Y como el efecto de mariposa, que un gallego estornude y se constipe, tarde o temprano, afectará al sevillano, al catalán y hasta el canario.
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